domingo, 17 de abril de 2016

Karsoris



El día que llegué a Karsoris quedé fascinado. A simple vista, parecía que aquel mundo estaba a años luz de la Tierra en lo que a tecnología se refiere; plataformas flotantes que se desplazaban de manera natural y sutil, haciendo parecer que la gravedad era una fuerza mínima y fácilmente contrarrestable. En la Tierra contábamos con motores antigravitatorios, pero debido a su gran tamaño y gasto energético, sólo algunos países, como Chile, los utilizaban como aisladores sísmicos, los que solo se encendían durante un terremoto, y empleaban la propia energía de las ondas de compresión para echarlos a andar. Era impensado reducir el tamaño de aquellos titánicos núcleos a una base de un metro cuadrado, ¡Y qué decir sobre hacerlos silenciosos!

Fernando Correa, primer explorador intergaláctico chileno en descubrir un mundo habitado por seres inteligentes, se topó con Karsoris hace noventa y siete años, volviendo de una misión de reconocimiento. Los karsorianos, bien conocidos por su hospitalidad con los extranjeros, lo recibieron con alegría e inmediatamente se interesaron en nuestra cultura e historia. Se formó una estrecha amistad entre karsorianos y terranos.

Kapur Elo me recibió ese día con una sonrisa afable, muy característica de los karsorianos.

―Bienvenido a Karsoris.
―¡Muchas gracias por recibirme, Kapur! ―Le respondí. Me fijé en que la vista, aunque impresionante, era la misma que había visto en una fotografía tomada hace noventa y siete años atrás, ¡nada había cambiado en casi cien años en Karsoris!

―Veo que no han progresado demasiado desde el primer contacto

―le dije con sorna―, ¡sus científicos deben andar de vacaciones!

―¡Claro que hemos avanzado! ―replicó sonriente―, el problema es que ustedes sólo se fijan en la tecnología a la hora de medir a las demás civilizaciones; nosotros carecemos de lo que ustedes denominan ciencia, pero eso no nos impide progresar.

¡No tenían ciencia! ¡Qué disparates estaba diciendo Kapur! La ciencia constituía la piedra angular del desarrollo de cualquier especie civilizada en el universo, sin embargo ahí estaba él diciéndome que esa inmensa ciudad con plataformas danzantes no era el fruto de un exhaustivo estudio científico sobre las fuerzas gravitatorias.

―¡Qué cosas dices, hombre! ¿Cómo utilizan la fuerza de gravedad inversa para mover sus plataformas si no conocen la ley de gravitación? ¿Con magia?

―Muy sencillo: Hace trescientos veinte ciclos solares, descubrimos que las rocas magnéticas, como ustedes las llaman, variaban su magnitud de atracción o repulsión al exponerlas a la luz; vimos que este descubrimiento de carácter empírico tenía potencial para suplir nuestra necesidad de derribar distancias: construimos las primeras tarimas móviles hechas de piedra magnética y las controlábamos dejando pasar la luz del sol según la dirección en la que nos queríamos desplazar. Naturalmente todas las calles están construidas con el mismo material, de ahí se origina la repulsión que hace flotar las plataformas.

No podía creer lo que estaba oyendo: lo que yo creía era una de las obras de ingeniería más grande de todos los tiempos, se trataba en realidad una piedrecita con tapas a los costados, que se quitaban o se ponían dependiendo de donde se quería mover el conductor ¡más sencillo que los sistemas de cambios mecánicos en los automóviles de combustión interna del siglo XX!         
   
―Quizá en eso me haya equivocado, pero me parece imposible que exista desarrollo de una especie sin la existencia de una disciplina que estudie y explique los fenómenos de la naturaleza.

―En eso te equivocas también, terrano. Es bien sabido que la particularidad de tu especie radica en el hecho de que necesitan entender cómo funcionan las cosas, siendo la explicación más importante que el descubrimiento mismo. Durante muchos decenios, los científicos de tu planeta estaban convencidos de la imposibilidad de manipular las fuerzas gravitatorias; hasta que un grupo de ingenieros y técnicos lograron desarrollar el primer núcleo antigravitatorio. Después de ese invento los científicos se pasaron siglos intentando explicar y acomodando sus ecuaciones para poder explicar el fenómeno. Su arrogancia se vuelve tal, que incluso tienen un conjunto de disciplinas a las que llaman ciencias exactas, pero cada ecuación para cada cosa tiene algún margen de error, ya que los polinomios se “ajustan” a una serie de datos observados empíricamente. ¿Cómo, entonces, puede ser exacto algo con un error superior al cero por cien?

El karsoriano estaba en lo correcto, aunque me molestara admitirlo. El problema que se les presentó a los científicos durante esos años fue monumental. A veces parecía que todo hubiese sido más fácil si nunca se hubiese desarrollado el núcleo; los expertos no habrían tenido que modificar sus preciados cálculos.

―¿Y cómo es que han podido construir sus ciudades? ―le dije, un tanto molesto.

―Tenemos constructores. Ustedes también los tenían antes del desarrollo de la ciencia como disciplina; no pareciera que les haya hecho falta a tus antepasados. He escuchado que hasta el día de hoy con toda su tecnología no serían capaces de reproducir obras de tal magnitud como las ruinas de Machu Pichu. Han adoptado la ciencia como la única senda de desarrollo; la verdad es que lo único que provoca eso es que se limitan a ustedes mismos como seres pensantes.

En ese momento entré en razón; ciertamente el hombre se las ingenió durante muchos siglos sin la ayuda de ninguna ciencia tal y como las conocemos hoy. No obstante, los egipcios y todos sus adelantos eran enteramente de carácter empírico, así mismo los aztecas. El karsoriano me había derrotado en mi propio juego.

―¡Tú ganas, Kapur!, mejor vamos a tomarnos ese café prometido.

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