Fernando Correa, primer explorador intergaláctico chileno en descubrir un mundo habitado por seres inteligentes, se topó con Karsoris hace noventa y siete años, volviendo de una misión de reconocimiento. Los karsorianos, bien conocidos por su hospitalidad con los extranjeros, lo recibieron con alegría e inmediatamente se interesaron en nuestra cultura e historia. Se formó una estrecha amistad entre karsorianos y terranos.
Kapur Elo me recibió ese día con una
sonrisa afable, muy característica de los karsorianos.
―Bienvenido a Karsoris.
―¡Muchas gracias por recibirme,
Kapur! ―Le respondí. Me fijé en que la vista, aunque impresionante, era la
misma que había visto en una fotografía tomada hace noventa y siete años atrás,
¡nada había cambiado en casi cien años en Karsoris!
―Veo que no han progresado
demasiado desde el primer contacto
―le dije con sorna―, ¡sus científicos deben
andar de vacaciones!
―¡Claro que hemos avanzado!
―replicó sonriente―, el problema es que ustedes sólo se fijan en la tecnología
a la hora de medir a las demás civilizaciones; nosotros carecemos de lo que
ustedes denominan ciencia, pero eso no nos impide progresar.
¡No tenían ciencia! ¡Qué
disparates estaba diciendo Kapur! La ciencia constituía la piedra angular del
desarrollo de cualquier especie civilizada en el universo, sin embargo ahí
estaba él diciéndome que esa inmensa ciudad con plataformas danzantes no era el
fruto de un exhaustivo estudio científico sobre las fuerzas gravitatorias.
―¡Qué cosas dices, hombre! ¿Cómo
utilizan la fuerza de gravedad inversa para mover sus plataformas si no conocen
la ley de gravitación? ¿Con magia?
―Muy sencillo: Hace trescientos
veinte ciclos solares, descubrimos que las rocas magnéticas, como ustedes las
llaman, variaban su magnitud de atracción o repulsión al exponerlas a la luz;
vimos que este descubrimiento de carácter empírico tenía potencial para suplir
nuestra necesidad de derribar distancias: construimos las primeras tarimas
móviles hechas de piedra magnética y las controlábamos dejando pasar la luz del
sol según la dirección en la que nos queríamos desplazar. Naturalmente todas
las calles están construidas con el mismo material, de ahí se origina la
repulsión que hace flotar las plataformas.
No podía creer lo que estaba
oyendo: lo que yo creía era una de las obras de ingeniería más grande de todos
los tiempos, se trataba en realidad una piedrecita con tapas a los costados,
que se quitaban o se ponían dependiendo de donde se quería mover el conductor
¡más sencillo que los sistemas de cambios mecánicos en los automóviles de combustión
interna del siglo XX!
―Quizá en eso me haya equivocado,
pero me parece imposible que exista desarrollo de una especie sin la existencia
de una disciplina que estudie y explique los fenómenos de la naturaleza.
―En eso te equivocas también,
terrano. Es bien sabido que la particularidad de tu especie radica en el hecho
de que necesitan entender cómo funcionan las cosas, siendo la explicación más
importante que el descubrimiento mismo. Durante muchos decenios, los
científicos de tu planeta estaban convencidos de la imposibilidad de manipular
las fuerzas gravitatorias; hasta que un grupo de ingenieros y técnicos lograron
desarrollar el primer núcleo antigravitatorio. Después de ese invento los
científicos se pasaron siglos intentando explicar y acomodando sus ecuaciones
para poder explicar el fenómeno. Su arrogancia se vuelve tal, que incluso
tienen un conjunto de disciplinas a las que llaman ciencias exactas, pero cada
ecuación para cada cosa tiene algún margen de error, ya que los polinomios se
“ajustan” a una serie de datos observados empíricamente. ¿Cómo, entonces, puede
ser exacto algo con un error superior al cero por cien?
El karsoriano estaba en lo
correcto, aunque me molestara admitirlo. El problema que se les presentó a los
científicos durante esos años fue monumental. A veces parecía que todo hubiese
sido más fácil si nunca se hubiese desarrollado el núcleo; los expertos no
habrían tenido que modificar sus preciados cálculos.
―¿Y cómo es que han podido
construir sus ciudades? ―le dije, un tanto molesto.
―Tenemos constructores. Ustedes
también los tenían antes del desarrollo de la ciencia como disciplina; no
pareciera que les haya hecho falta a tus antepasados. He escuchado que hasta el
día de hoy con toda su tecnología no serían capaces de reproducir obras de tal
magnitud como las ruinas de Machu Pichu. Han adoptado la ciencia como la única
senda de desarrollo; la verdad es que lo único que provoca eso es que se
limitan a ustedes mismos como seres pensantes.
En ese momento entré en razón;
ciertamente el hombre se las ingenió durante muchos siglos sin la ayuda de
ninguna ciencia tal y como las conocemos hoy. No obstante, los egipcios y todos
sus adelantos eran enteramente de carácter empírico, así mismo los aztecas. El
karsoriano me había derrotado en mi propio juego.
―¡Tú ganas, Kapur!, mejor vamos a
tomarnos ese café prometido.
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