El día que llegué a Karsoris
quedé fascinado. A simple vista, parecía que aquel mundo estaba a años luz de
la Tierra en lo que a tecnología se refiere; plataformas flotantes que se
desplazaban de manera natural y sutil, haciendo parecer que la gravedad era una
fuerza mínima y fácilmente contrarrestable. En la Tierra contábamos con motores
antigravitatorios, pero debido a su gran tamaño y gasto energético, sólo
algunos países, como Chile, los utilizaban como aisladores sísmicos, los que
solo se encendían durante un terremoto, y empleaban la propia energía de las
ondas de compresión para echarlos a andar. Era impensado reducir el tamaño de
aquellos titánicos núcleos a una base de un metro cuadrado, ¡Y qué decir sobre
hacerlos silenciosos!